sábado, febrero 19, 2011

El pachamamismo

EL FANTASMA DEL PACHAMAMISMO: ETIQUETA, EQUÍVOCOS Y MISTIFICACIONES

Visión de Le Monde Diplomatique sobre la irrupción de la Pachamama en la realidad sociopolítica y económica latinoamericana y la percepción europea que ve al indígena como un ecologista natural que frena excesos de la industria petrolera y minera

Renaud Lambert* - Le Monde Diplomatique


Extractos:

¿Pachamama? “La ‘madre Tierra’ entre los indios de América Latina”, explica complacido el presidente Morales. Desde hace algunos años, su nombre aparece con más frecuencia en la prensa, en las publicaciones de las organizaciones no gubernamentales (ONG) o en la literatura ecologista y antiglobalista. Para Libération, el término resume el tenor de los debates de la XI Universidad de Verano de la Asociación para la Tasación de las Transacciones Financieras y para la Ayuda Ciudadana (ATTAC, “Pachamama mía”, 23 de agosto de 2010). Pachamama es también el título que el director de los Verdes, Patrick Farbiaz, dio a su revista, dedicada a la ecología política.
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Profesores de alguna universidad aterrizaban en pueblos apartados para enseñar a los indios –a los “verdaderos”, se podría decir–, que ignoraban todo, lo que era la “Pachamama”. Los rituales que inventan entonces “rebuscan sin miedo en textos históricos y antropológicos, a veces sin relación, corriendo el riesgo de hacer patchworks surrealistas”, observa la investigadora francesa, cuyos trabajos académicos han tenido un destino extrauniversitario.

UN IMAGINARIO EUROPEO

Nada indica una permeabilidad particular de las comunidades tradicionales rurales a esas enseñanzas. Sin embargo, este tipo de iniciativas favorecen el desarrollo de conceptos –“armonía ancestral”, “pureza primitiva”, “autenticidad cultural”– que son el eco de los elaborados por la industria del turismo y las grandes ONG. Una situación que conduce a veces a ofrecer a los observadores europeos lo que ellos vinieron a observar. Como el “mercado de las brujas” de la capital boliviana, La Paz, por ejemplo.

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parece más fácil “defender a los indios” haciendo suyo un discurso cosmogónico que atacando el modelo socioeconómico al que se oponen. En una alocución pronunciada el 20 de abril de 2010, el ministro de Asuntos Extranjeros boliviano –indio– David Choquehuanca, defendía la concepción indígena del mundo: “Lo más importante son los ríos, el aire, las montañas, las estrellas, las hormigas, las mariposas […] El hombre viene último”. Una semana más tarde, aceptaba la proposición del grupo Bolloré de explotar las reservas de litio de Bolivia (las más importantes del mundo), porque el industrial francés prometió (sin reírse) trabajar “en armonía con la Pachamama” (7).

Según Domínguez y Mariotti, la influencia de las ONG, por otra parte, puede conducir a los movimientos populares indios a absorber progresivamente una terminología concebida por la ecología dominante –a riesgo de reducir el alcance político y social de sus reivindicaciones–. Con lo cual, la “pachamamización” de los discursos progresa. Un fenómeno que no constituye, después de todo, sino el último avatar en una búsqueda del “buen salvaje” latinoamericano que ya tiene varios siglos.

En las naciones andinas, especialmente en Perú, la figura del “indígena” aparece en el siglo XIX. Durante la independencia, algunas elites buscan un grupo social a partir del cual “construir” las nuevas naciones. Estos dirigentes políticos que casi siempre son blancos (o más raramente mestizos) rechazan a la vez a los europeos, de los cuales tratan de emanciparse, y a los indios, poseedores de la legitimidad territorial, pero de los cuales nadie desea realmente poner en duda el estatus de dominados despreciables.

Remontarse a las civilizaciones precolombinas permite a los fundadores de las nuevas repúblicas no cambiar nada del orden social pero identificar al mismo tiempo una autoctonía ideal, caracterizada por la sabiduría y la armonía. Pronto, “no hablan [más] de indios, seres reales así llamados con desprecio, sino de ‘indígenas’, término desociologizado, purificado de su contenido peyorativo”, explican Molinié y Galinier, que concluyen: “Entre la palabra ‘indio’ y la palabra ‘indígena’ hay toda la distancia que separa la realidad de la ficción” (8).

La referencia fundante de esas comunidades ideales justificó a veces el mantenimiento de un sistema profundamente desigualitario en el momento de la fundación de las repúblicas. Con los socialistas del siglo XX esa referencia se transforma en proyecto político que apunta a un cambio radical. En Perú, en los años 30, el sociólogo Hildebrando Castro Poza estima que la comunidad indígena tradicional abre “la vía del progreso económico y de la justicia social para el Perú socialista de mañana” (9). Sin embargo ¿acaso los incas no vivían bajo la férula de una de las aristocracias más rígidas, que impuso los trabajos forzados?

A partir de principios de los años 80, cierto tipo de indigenismo se vio favorecido por el apoyo de instituciones financieras internacionales (IFI). En plena crisis de la deuda –y cuando la mayoría de las guerrillas marxistas de la región fueron exterminadas– las IFI condicionan su ayuda a la defensa de los derechos culturales de las minorías, asociados al reconocimiento de su identidad. Entre 1990 y 2000, más de una docena de Estados latinoamericanos se declaran multiétnicos y pluriculturales y acuerdan derechos particulares –no sociales– a los indios. Estas políticas participaron del debilitamiento de los Estados nacionales en el “patio trasero” de Estados Unidos, que poco a poco se deshacía de las dictaduras, sin poner trabas, no obstante, a la adopción de políticas neoliberales.

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el geógrafo David Harvey rechaza toda dicotomía entre sociedad humana y naturaleza. “Los seres humanos, como cualquier otro organismo –explica– son sujetos activos que transforman la naturaleza según sus propias leyes”: la sociedad humana produce pues a la naturaleza de la misma manera que esta última determina a la humanidad. Pensar la transformación de tal o cual ecosistema implicaría, pues, no tanto defender los derechos de una hipotética “madre Tierra” como modificar “las formas de organización social que la han producido”

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