miércoles, noviembre 24, 2010

La crisis como oportunidad - ¿de negocios?

Boletin WRM

Número 160 - Noviembre 2010

http://www.wrm.org.uy

El llamado “Capitalismo 2.0”, el modelo resurrecto del capitalismo liberal para capear los tembladerales financieros, en su nuevo ciclo de acumulación encuentra muy conveniente sacar provecho de la crisis climática. El propio presidente de la Shell en el Reino Unido expresó que, para los negocios, hacer frente al cambio climático es tanto una necesidad como una gran oportunidad.

El Protocolo de Kyoto proveyó forma y contenido y así se inventaron estrategias como el sistema Cap and Trade (fijación de limites máximos de emisión e intercambio de los derechos de emisión) y los Mecanismos de Desarrollo Limpio. El Banco Mundial, entre otros, también acudió presto, impulsando la idea de convertir la tragedia (emisiones de carbono) en mercancía y creando un mercado donde especular con ella, con la premisa de que el dinero puede arreglar el entuerto.

Pero lo que ha hecho el mercado de carbono y el consiguiente comercio de emisiones de carbono (CO2) controlado por el mismo sistema económico que está en la raíz de la crisis climática, ha sido contribuir a mantener la hegemonía del capital. Por este camino el pronóstico para el clima, pues, no es nada halagüeño.

“Soluciones” que son parte del problema

• CDM: ni desarrollo ni limpio

Vivimos tiempos en que es imprescindible saber que los programas de mitigación y adaptación al cambio climático, siguiendo lineamientos de la Convención sobre Cambio Climático y su Protocolo de Kyoto y basados en criterios de mercado, no han logrado revertir el cambio climático. Prueba rotunda de ello es que las emisiones de CO2 han seguido subiendo, así como la temperatura media mundial. (10) En cambio han sido exitosos ofreciendo buenos negocios de inversión en países del Sur y creando una especulación financiera que en algunos casos ha dado lugar a situaciones de corrupción.

En África, enorme continente codiciado por sus extensos territorios y pródigos bienes naturales, Blessing Karumbidza y Wally Menne denuncian (11) el caso de la aldea Idete en el distrito de Mufindi, provincia de Iringa, en la región meridional de Tanzania. Allí, en el marco de un proyecto de supuesto “desarrollo limpio” (con bajo nivel de emisión de carbono), la empresa noruega Green Resources Ltd. tiene un proyecto de plantación de monocultivos de eucaliptos y pinos exóticos en las húmedas praderas de la zona meridional de Mufindi.

El argumento es que las plantaciones de árboles son positivas para el cambio climático en la medida que actúan como “sumideros de carbono”, generando un “ahorro” de emisiones de carbono. Esas emisiones, bajo la figura de “certificados de reducción de emisiones” (CERs) o “créditos de carbono” pueden ser compradas en el mercado de carbono por industrias o gobiernos del Norte para compensar parte de sus obligaciones de reducción de emisiones. Es así como funciona el llamado “Mecanismo de Desarrollo Limpio” (MDL), apoyado sobre la falacia de que es válido compensar el carbono adicional extraído del subsuelo (combustibles fósiles) con el carbono atmosférico que se recicla manteniéndose en un balance estable.

Green Resources Ltd. espera que los monocultivos de árboles que ha establecido sobre valiosas praderas sean aceptados como MDL y generen CERs que podría vender al gobierno de Noruega. Queda por fuera la consideración de los impactos negativos de las plantaciones forestales sobre el suelo de la pradera, las reservas de agua y las comunidades rurales locales. Tampoco se tiene en cuenta que la pradera acumula una reserva de carbono que puede mantenerse allí durante cientos o miles de años y que bajo ciertas condiciones puede continuar en aumento.

La filial de Green Resources en Tanzania adquirió muy convenientemente 14.000 hectáreas de tierra a la comunidad de Idete, donde ya plantó 2.600 hectáreas. Tiene planes de seguir comprando más tierra: no menos de 170.000 hectáreas solo en Tanzania, donde le garantizan una tenencia de 99 años en un país de economía principalmente rural donde la posesión, acceso y control de la tierra es esencial para la supervivencia. Sus clientes cautivos son comunidades muchas veces en situación de pobreza y ajenas a la sofisticación de este tipo de negocios internacionales, y un gobierno dispuesto a cambiar los bienes naturales por inversiones extranjeras. No es difícil imaginar la situación y sus resultados. Para el gobierno de Noruega, importante productor y exportador de petróleo, el proyecto de la empresa nacional le sirve para comprar créditos de carbono y con ello poder afirmar que ha “compensado” sus emisiones domésticas. Para las comunidades queda poco, y menos aún en unos años, cuando las plantaciones empiecen a mermar sus reservas de agua. Es así como se gesta el “colonialismo de carbono”.

Es inaceptable que los fondos que supuestamente deben destinarse a resolver los problemas del clima sirvan para apoyar proyectos de monocultivos forestales a gran escala que, además de no contribuir a resolver realmente la crisis climática, aumentan la vulnerabilidad de las comunidades ante la pobreza y socavan su soberanía alimentaria.

biochar: ¿monocultivos forestales bajo tierra?

Otra de las “soluciones” que se han inventado como estrategia de “mitigación del cambio climático” – todo menos pensar en cómo desmantelar el modelo petrolero – es lo que se conoce como biochar. Se trata de quemar por pirólisis – proceso de descomposición química de materia orgánica por calentamiento en ausencia de oxígeno – “residuos” o cultivos agrícolas y madera de árboles plantados con ese fin. El carbón resultante, combinado con fertilizantes -producidos a base de combustibles fósiles- se agregaría al suelo donde permanecería “secuestrado”. El argumento es que adicionalmente regeneraría tierras degradadas. Por otro lado, sus propulsores argumentan que el proceso genera energía que se utilizaría para reemplazar algunos usos de los combustibles fósiles.

También en este rubro se habla de grandes posibilidades de inversión para lograr una producción de carbón a gran escala. Ya hay proyectos de biochar en marcha en varios países de África: Burkina Faso, Camerún, Côte d’Ivoire, República Democrática del Congo, Egipto, Gambia, Ghana, Kenia, Malí, Namibia, Níger, Senegal, Sudáfrica, Tanzania, Uganda y Zambia.(12)

Se especula que se necesitarían 500 millones de hectáreas de tierra o más para producir carbón, además de la energía correspondiente, seguramente en gran medida a partir de enormes extensiones de monocultivos de árboles (13) . Esto representa una terrible amenaza para el modo de vida de numerosas comunidades, entre ellas indígenas, que se verían desplazadas de sus tierras y perderían sus medios de vida. Incluso existe el riesgo de que estos peligros se potencien con el desarrollo de variedades de árboles genéticamente modificados (GM) para la producción de biochar, o que se extienda el número de especies de árboles de crecimiento rápido.

Hasta la fecha no hay estudios sobre los efectos a largo plazo del biochar en la estabilidad de los suelos, ni sobre lo que supondría para la biodiversidad apoderarse de hasta el tallo más delgado para quemarlo y enterrarlo, robando así nutrientes al suelo y materia orgánica con la que normalmente se produciría humus. También alteraría los ecosistemas naturales que cumplen una función esencial en la estabilidad y regulación del clima y son la base de la producción de alimentos y la protección del agua. Todavía no se sabe si el carbón aplicado al suelo representa de alguna manera un “sumidero de carbono”.

El PNUMA alerta sobre el desconocimiento de los impactos a largo plazo en la sustentabilidad agrícola y la biodiversidad y aconseja tratar la propuesta con gran cautela (14) . Esto no impide al lobby del rubro, representado por International Biochar Initiative, en su mayor parte empresas y académicos muchos de los cuales son cercanos a intereses comerciales, impulsar el biochar y tratar de incluirlo en los mercados internacionales de carbono.

Todo gira en torno al contenido de carbono, con la mirada puesta en el mercado de carbono.

• biomasa: estrategia de venta

Si no fuera trágico causaría hilaridad. Enfrentada como está la humanidad a una emergencia climática, somos testigos de cómo las mismas fuerzas económicas que forjaron el sistema industrial y petrolero que nos puso en esta situación, aparecen ahora promoviendo ciertos cambios para que todo siga como estaba. Entre otras cosas, el mismo volumen de transporte privado, el mismo tránsito de buques y aviones cargueros para que continúe el trasiego de mercaderías por los mercados globalizados, el mismo frenesí de producción industrial, la misma expansión de la agricultura industrial. Todo lo mismo, y en las mismas manos, pero con un toque de “bio”.

Surge así la propuesta de sustituir combustible fósil por combustible derivado de biomasa. ¿Sería posible?

Jim Thomas, de ETC, brinda una lista de productos y servicios producidos actualmente con combustibles fósiles: (15)

* Combustible para transporte (automóviles, camiones, aviones): junto con el combustible para calefacción acapara cerca del 70% del petróleo.

* Electricidad: carbón, gas natural y petróleo son actualmente responsables del 67% de la producción mundial de electricidad.

* Productos químicos y plásticos: aproximadamente el 10% de las reservas mundiales de petróleo se convierten en plásticos y petroquímicos.

* Fertilizantes: la producción a escala mundial requiere un uso intensivo de gas natural.

Hay fórmulas para pasar a “lo bio” a partir de biomasa: para el transporte es posible obtener etanol y biodiesel; en la electricidad se está mezclando la combustión de carbón con biomasa mientras se investigan formas de utilizar nanocelulosa y bacterias sintéticas para obtener corriente eléctrica de células vivas; se está pensando en utilizar azúcar para producir bioplásticos y productos químicos; el biochar se propone como un sustituto de los fertilizantes a escala industrial.

Como bien reflexiona Thomas, durante milenos el mundo vegetal ha sido fuente de combustible y de producción de materiales, pero el nuevo uso del término “biomasa” marca un cambio específico en la relación de la humanidad con las plantas. Se pierde el universo taxonómico de especies y variedades que este término sugería para tratar a la materia orgánica desde una óptica industrial como una sola cosa indiferenciada, una masa, la biomasa.

Es así que para el mundo del biocomercio, los ecosistemas, las plantas, la materia orgánica se reducen a denominadores comunes, a materias primas: las praderas y los bosques pasan a ser fuentes de celulosa o de carbono. Y desde esa mirada, los bosques y las plantaciones de monocultivos de árboles son la misma cosa, al igual que son lo mismo para quienes los ven como fuentes de madera o de carbono.

Por otra parte, la tierra fértil adquiere ahora un valor extra como fuente potencial de biomasa, lo que ya está acelerando la apropiación de tierras, básicamente en territorios del sur y muy especialmente en África. Las tecnologías para la transformación de biomasa – nanotecnología, biotecnología y biología sintética – son las herramientas que permitirán extraer la nueva materia prima.

Se va armando todo un crisol de fusiones y recambios empresariales en los sectores de los laboratorios químicos y biotecnológicos, las compañías forestales y el agronegocio para permitir este tipo de “cambios”: la apropiación de – en el mejor de los casos – una nueva materia prima para combustible, y nada más. Con ello se garantiza que todo siga en el mismo circuito de poder y se perpetúe el sistema de acumulación de capital, con su contracara de desigualdad, pobreza y exclusión. Intacto queda el modelo de producción, comercialización y consumo que está en la raíz de la crisis climática.

En el caso de los agrocombustibles, los que se plantea adoptar son el biodiesel (obtenido de plantas oleaginosas) y el etanol (que se obtiene de la fermentación de la celulosa contenida en los vegetales). Como no se está pensando en bajar la escala de la demanda, habría una enorme expansión de los monocultivos que servirían a ese fin, como es el caso de la soja, el maíz, la palma aceitera, la caña de azúcar, la jatrofa, el eucalipto, entre otros cultivos.

En 2006, y como parte de su compromiso por reducir las emisiones de carbono, la Unión Europea se fijó la meta de que en 2020 el 10% del combustible utilizado en el transporte fuera de origen agrícola. Las consecuencias de destinar lo que se anuncia llegarían a ser 69.000 km2 (6.900.000 hectáreas) de tierra inundados de plantaciones para agrocombustible levanta polvareda (16) . Tanto los sistemas de agricultura familiar y campesina como los bosques, praderas, humedales y diversos ecosistemas se verían avasallados por la expansión de los agrocombustibles.

De todas maneras, esto no implicará un cambio radical en la matriz energética mundial. Se siguen llevando a cabo exploraciones en búsqueda de combustibles fósiles, se continúa explotando carbón, petróleo y gas y no hay señales de que eso vaya a cambiar.

REDD

Una nueva falsa solución ha aparecido para convertirse en un programa estrella, debidamente maquillado de verde como para generar confusión … y más negocios. Los proyectos llamados REDD (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de bosques), si bien aún en ciernes, ya se perfilan como un mecanismo de mercado que servirá para “compensar” emisiones de carbono. Los créditos de carbono que se diseñen por dejar intocada determinada región boscosa podrían venderse en los mercados de carbono internacionales y los comprarían los países contaminadores del norte, para contabilizarlos como parte de sus compromisos de reducción de emisiones. Otra forma para que todo siga como está.

No obstante, el paquete en que se presenta REDD resulta atractivo: ¿qué mejor para una comunidad del bosque que le garanticen que su bosque estará protegido y además le paguen por conservarlo? Sin embargo, es difícil creer que las mismas fuerzas mercantiles impulsoras de la contaminación, se conviertan en generosas benefactoras.

Las comunidades que dependen de los bosques verían sus formas de vida drásticamente cambiadas. En el marco de un proyecto REDD perderían su derecho de acceso al bosque en la medida que cualquier uso del mismo (para leña, para construcción, para cultivo, para medios de vida) se entendería como “degradación” porque reduciría el carbono almacenado en el bosque. Esas limitaciones sin duda que repercutirán en la soberanía alimentaria, la trama social y la identidad cultural de los pueblos indígenas y comunidades campesinas.

Por otro lado, es evidente que esta medida no puede considerarse seriamente como una reducción a largo plazo de las emisiones de carbono. En primer lugar porque, como ya lo hemos comentado (ver http://www.wrm.org.uy/publicaciones/REDD.pdf), se basa en la premisa de que el carbono liberado a partir de la deforestación es el mismo que el carbono resultante de la quema de combustibles fósiles. Dicha premisa es falsa, ya que el cambio climático no se origina en las emisiones de los bosques, sino en el constante aumento del stock total de carbono atmosférico debido a la quema de combustibles fósiles. Es ese carbono, almacenado en el subsuelo durante millones de años bajo la forma de carbón, petróleo y gas el que genera el problema. Dicho carbono - que no forma parte del ciclo natural del carbono emitido y absorbido permanentemente por los vegetales - comenzó a acumularse en la atmósfera y dio lugar al calentamiento global, que a su vez desencadena el cambio climático.

Pretender que las emisiones de carbono de los combustibles fósiles se puedan “compensar” por el simple expediente de evitar emisiones resultantes de la deforestación es un argumento falso, dilatorio y letal.

NO A REDD

Es por eso que desde las organizaciones sociales las denuncias contra los proyectos REDD se han ido convirtiendo en expresiones de rechazo, plasmadas en el representativo Acuerdo de los Pueblos, del 22 de abril, en Cochabama, Bolivia, donde más de 30.000 personas, en su gran mayoría representantes de organizaciones sociales, exigieron a los países desarrollados que reduzcan en al menos 50% sus emisiones, y que lo hagan realmente, no mediante sistemas tramposos “que enmascaran el incumplimiento de las reducciones reales de emisiones de gases de efecto invernadero”, como los mercados de carbono o el mecanismo REDD sobre el cual el Acuerdo expresa: “Condenamos los mecanismos de mercado, como el mecanismo de REDD (Reducción de emisiones por la deforestación y degradación de bosques) y sus versiones + y ++, que está violando la soberanía de los Pueblos y su derecho al consentimiento libre, previo e informado, así como a la soberanía de Estados nacionales, y viola los derechos, usos y costumbres de los Pueblos y los Derechos de la Naturaleza”. (17)

Etiquetas: , , ,

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal