miércoles, julio 27, 2016

Recordando a Juancho Agostini, quien falleció hace seis años este mes

RECORDANDO A JUANCHO

Carmelo Ruiz Marrero

19 de julio 2010

Fue con gran tristeza que oí la semana pasada la noticia del fallecimiento de Juan Antonio “Juancho” Agostini, católico militante, luchador independentista y buen amigo. Déjenme contarles por qué este servidor y la nación puertorriqueña necesitamos tanto de gente como él, y por qué su partida es tan triste para nosotros.

Mi amistad con la familia de Juancho comenzó hace treinta años, cuando estudiando en el Colegio San Ignacio conocí a Juan, uno de los hijos de Juancho. La disciplina y severidad de los jesuitas no tuvo mucho efecto sobre ninguno de nosotros dos, sólo diré que era natural que él y yo nos hiciéramos amigos. 1980 fue un año muy importante en mi (de)formación. Fue el año en que llegó el cable TV a nuestros vecindarios, cuando cambié mis juguetes de Star Wars por discos de rock, y también cuando Juan y la emisora Alfa 105 me hicieron ver que el rock progresivo era el producto cultural más importante de la humanidad, con la posible excepción la música de Bach y los cuadros de Da Vinci (¡Todavía soy de esa opinión!).

Ese verano Juan me presentó a su madre, Sonia, quien empezaba a trabajar en el Colegio como consejera de los estudiantes de séptimo y octavo grado, o algo así. También ese verano invité a Juan a mi casa en la urbanización San Ramón en Río Piedras, fue el único amigo ignaciano que traje a mi casa. Bueno, a esa casa porque unos meses después nos mudamos de esa casa y al final del año me cambié de escuela. No volví a tener noticias de Juan hasta que me lo reencontré unos años después en la Universidad de Puerto Rico, transportándose por el enorme recinto en bicicleta.

Fue durante mis años de bachillerato que conocí a Juancho, por vía del muy querido amigo y colega periodista Harold Lidin, también fallecido. Busqué a Harold en el curso de mi primera investigación periodística y fue mi primer mentor y guía en la profesión del periodismo (mi segundo mentor y guía fue Ramón Arbona, también fallecido). Me contó de la organización Pax Christi, asistí poco después a una de sus reuniones, que tomaban lugar en la Universidad del Sagrado Corazón, y me uní al colectivo. ¿Por qué? Pues es complicado explicar. Pero resulta que buscando entre mis escritos viejos me encontré una buena explicación en un artículo que escribí para Claridad en 2001:

“¿Por qué fui? ¿Yo, que de religioso no tengo nada ni voy nunca a la iglesia- en gran parte gracias a los jesuitas, que trataron de salvar mi alma pero sólo lograron espantarme de la iglesia- asistiendo a una reunión de una organización cristiana? Simplemente porque Pax Christi trabaja por la paz, pero no la paz monga del conformismo y el consentimiento de los oprimidos, sino paz con justicia. Por lo que a mí concierne, me da igual que sean budistas o musulmanes.”

Ese artículo, que yo titulé “Recordando a Harold”, fue publicado bajo el título que le puso Ramón Arbona, entonces jefe de redacción: “El gringo bueno de Pax Christi”. ¡Qué título más espantoso!

Fue a través de mi amistad y camaradería con Harold y mi membresía en Pax Christi que conocí a amigos valiosísimos, incluyendo a Carmina y Carmencita, esposa e hija de Harold respectivamente, el periodista Jesús Dávila, María Libertad- hija del valeroso Gabriel Mezquida, el caricaturista Melvin Villabol, Paquita Pesquera, Luis De la Cruz, Randolph y Mara, Héctor Dávila, y Juancho Agostini.

Tras una reunión de la organización en la casa de los Agostini una noche, me quedé hablando con Juancho y Sonia y camino a salir paso por las fotos de la familia y me encuentro una foto de ellos con Juan. ¡No había caído en cuenta que ellos eran los padres de Juan! ¡Ni recordaba a Sonia de mis días escolares! Me contaron que Juan estaba en el US Navy y daba la mala pata que entonces se daba la primera contienda entre la familia Bush y Saddam Hussein, por lo que fue movilizado al golfo Pérsico. Pero afortunadamente después volvería del frente de batalla en una sola pieza.

Fue Juancho quien tomó las riendas de Pax Christi tras la muerte de Harold en 1992. Fue en un festejo navideño en la casa de los Agostini- creo que en 1998- que conocí al hijo de Juan, entonces un pibe jugando con juguetes de Star Wars- igual que yo veinte años atrás. La semana pasada me lo encontré de nuevo en el funeral de Juancho, ya todo un adulto y cursando estudios universitarios en la Inter.

Si mal no está mi memoria, en esa misma velada conocí a Rosita Cintrón, Quique Medina y Alejita Firpi, quienes han sido buenos y valiosos amigos y compañeros de lucha desde entonces. Hasta el día de hoy, Rosita no se pierde ninguna actividad cultural o independentista. Quique, sobrino del patriota Domingo Vega e independentista militante como pocos que he conocido. Alejita, católica devota e irremplazable líder comunitaria. A Quique y Alejita he tenido el privilegio de tenerlos de vecinos desde el 2000, cuando me mudé al barrio Santa Rita de Río Piedras. Rosita me daría igual tenerla de vecina, pues me la encuentro casi todos los días en cuanta actividad hay.

¡Pero casi se me olvida hablarles de Juancho! Su cualidad más sobresaliente fue su buen temperamento y amabilidad ante las adversidades de todo tipo, una cualidad bastante rara en el Puerto Rico de hoy. Siempre pudimos contar con él en tiempos buenos y malos con su buen humor, solidaridad y patriotismo. Siempre me fue grato encontrármelo a él y a Sonia en las marchas, protestas, celebraciones y todo tipo de actividades. Fueron muchas las veces que lo entrevisté para Claridad, pues fue de las voces más creíbles, sosegadas y articuladas del movimiento de paz puertorriqueño y de la comunidad católica laica.

Y en cuanto a su patriotismo, Juancho siempre fue militante “del corazón de rollo” del Partido Independentista, pero no de aquellos que contestaban de mala manera y con improperios cuando se topaban con planteamientos meloneros. Siempre fue caballeroso y cortés, sin dejar de ser enfático, al dialogar con aquellos que le propusieron alianzas y prestar votos. Juancho vivió los últimos años del liderato de don Gilberto Concepción de Gracia, el ascenso de Rubén Berríos, los días del periódico La Hora, la lucha en Culebra, el auge de los terceristas, en fin, todos los altos y bajos, vicisitudes y tribulaciones del partido. Y en tiempos en que estaba de moda entre independentistas el ser ex-pipiolo, Juancho se mantuvo fiel en su militancia- nunca tuvo intención alguna de unirse a las filas de los ex.

En fin, Juancho será echado de menos. Su tan particular mezcla de fortaleza interior con gentileza de carácter no dejarán de ser necesarias en Puerto Rico. ¡Adiós amigo!

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